Cosmología del Trazo
23363
post-template-default,single,single-post,postid-23363,single-format-standard,stockholm-core-2.0.7,select-child-theme-ver-1.1,select-theme-ver-6.6,ajax_fade,page_not_loaded,vertical_menu_enabled, vertical_menu_transparency vertical_menu_transparency_on,smooth_scroll,,qode_menu_,wpb-js-composer js-comp-ver-6.4.1,vc_responsive

Cosmología del Trazo

uno

Empecemos por dejar lo estático, la idea fija perfectamente enmarcada en su definición, lo concreto y determinado, esa claridad que da esplendor. Y adentrémonos en el ser peripatético que encuentra en el paseo los mejores pensamientos: deambulando. Sí, ya Rafael en su memorable cuadro de “La Escuela de Atenas” representa a Aristóteles y Platón paseando mientras conversan. Ese ser itinerante que como Nietzsche afirma que: todos los pensamientos verdaderamente grandes se conciben paseando. Pero sin quedarnos con nadie, quedémonos con el término que proviene tanto del latín como del griego para referirse “al que pasea”.

El Trazo pasea por la hoja: es su movimiento el que crea la obra.

 

Entonces nos distanciamos de la perspectiva que estaciona en un punto de vista la escena a visualizar en la obra. Ese ver como a través de una ventana lo que ésta, lo que abarca, fijándonos quietos en la posición del que mira. Ese disparo de la máquina fotográfica que paraliza en un instante el enfoque elegido de un paisaje o un ser humano o animal al que pedimos quietud para que no salga movido. Congelamos la imagen en la que deleitarnos, curiosear o instruirnos para verla así de pie, según vamos de una sala a otra por los pasillos de un museo que las tiene colgadas en sus paredes, saltando de escena en escena, leyendo lo que encierra.

El Trazo carece de un único punto de vista:

al irse moviendo, con su avance va creando nuevos puntos de vista.

 

El objeto más exigente del Trazo es su propuesta de pintar las palabras. Podría haber elegido un paisaje, un ser humano o animal, la vegetación en toda su diversidad o las piedras y minerales con sus muchas variaciones, que también. Pero todo ello está fuera del Ser y por lo tanto hay que echar mano del sentido de la vista para su observación, a través de ella se puede llegar a interiorizar lo que se despliega fuera de uno mismo. Sin embargo, las palabras surgen directamente del interior, se gestan dentro de quien las va aprehendiendo desde su más tierna niñez, por regla general, y evolucionan con uno mismo. Exigen que la mirada se torne hacia el interior.

El Trazo nace en el interior del Ser que lo lleva a cabo.

 

Al Pintar Palabras la conexión es con lo Absoluto. Lo Absoluto del Cosmos que guarda el Misterio de la Existencia. La mirada que se vuelve hacia dentro puede intuir en sí mismo lo Absoluto, la que se dirige hacia fuera está más atenta a lo relativo. Lo externo participa de lo Absoluto pero no lo podemos experimentar porque se encuentra fuera de cada uno. Sólo desde el interior de uno mismo puede el Ser experimentar la Totalidad que externaliza en el Trazo. Una vez que tiene la intuición de ese Trazo puede pintar lo que está fuera de sí mismo con la profundidad de una Realidad eterna. Hay que adquirir el latido del Trazo desde el interior de uno mismo.

El Camino del Trazo se abre a la Totalidad.

 

Lo Absoluto es potencia e imprime una presión interna en el Ser que le lleva a exhalar dicha potencialidad, en este caso, a través del Trazo que se transforma de manera continua y sin pausa originando lo relativo que se despliega en tiempo y espacio. Dicho Trazo siempre acorde con la Creación no pretende ser de una vez por todas, imagen de ella, sino adscribirse a su proceso incesante y sin interrupción, en el que se pasa constantemente del estado de potencialidad al de actualidad. La respiración nos da esta medida, contener la respiración dejaría al Ser sin vida relativa en este mundo, exhalar el aliento le mantiene, sin embargo, vivo.

El Trazo respira al son de la Naturaleza sabedor del aliento divino que contiene.

 

Se entiende entonces que el Camino se presta a ser andado en Dos Direcciones al mismo tiempo: la de las Realidades sensibles y la de lo Absoluto intangible. Ambas direcciones deben asumirse como complementarias, al tiempo que tira una de la otra en sentido contrario. También la respiración necesita tanto inhalar como exhalar, la una no puede ser sin la otra, aunque se contradigan en sus sentidos: primero hacia dentro, luego hacia fuera. El Trazo igualmente se propone y empieza subiendo para poder descender con toda su energía; amaga y se desliza hacia la derecha cuando en la izquierda va a dejar toda su presencia.

El Trazo responde a la Unicidad que es la Unidad de los Muchos.

 

De forma inevitable la Unidad da paso a la Dualidad, quedando lo Absoluto en el plano de la Unidad como incognoscible. La Dualidad se refleja en el blanco del papel y el negro de la tinta. Con ella se originan la Diez Mil Cosas donde queda contenida la actividad creadora. Lo Uno apela al inicio de todo, a lo que es primordial y no está condicionado por nada. Lo Uno contiene el Misterio de la Existencia en el sentido de lo que está oculto y es invisible. Misterio para el que el taoísmo utiliza el carácter Xuan que originalmente significa: negro con un matiz de rojo. Es el Misterio de Misterios, la absoluta trascendencia.

El Trazo asume el negro con todos los matices, con el sello rojo sella su Misterio.

 

Sentir el Misterio exige una preparación exhaustiva, una técnica tan depurada con el pincel, el papel y la tinta, que pueda ser trascendida en el total olvido de la misma. Olvido incluso de uno mismo, del ego terrenal, llegando a asumir el ego cósmico. Para Zhuangzi es “estar sentado en el olvido” y para Ibn Arabi es la “autoaniquilación”. El Trazo no responde a los deseos, no se somete a la estética, no requiere de una ética que la razón pueda discernir o diseccionar como con un bisturí. Cuando no se sujeta al ego primero, el Trazo trasciende la coseidad para recepcionar desde lo invisible, cuya experimentación es la del Acto Puro.

El Trazo es Actus Purus, intuición inmediata, revelación.

 

Actus: no es substancia sino energía creativa: la del agua, la del viento. Tanto para el sufismo como para el taoísmo el Agua es símbolo de Vida: es la que fluye, la que se infiltra a través de todas las cosas. El Viento es el que sopla, se extiende e impregna la Existencia cuyo secreto el flujo. Cuando así se manifiesta el Trazo: al son del Agua y el Viento, crea la obra que a su vez da origen a la estética, la ética o la técnica entrando en un círculo del que no se conoce principio ni fin. Es a semejanza del agua de un río cuya renovación constante lo hace atemporal. Se entra en un movimiento que trasciende el tiempo para circular en el Eterno Ahora.

El Trazo es flujo que penetra en la Realidad.

 

Realidad que es eterna en su Unidad. Una eternamente real. Lo Uno describe un círculo cuya naturaleza es hacerse y deshacerse sin cesar. Pero en sí mismo el círculo que es decir la Realidad permanece inmutable. Lo Uno absoluto, ese Algo inefable, cuyas formas fenoménicas tienden siempre a la Unidad se despliegan en el tiempo y el espacio dependiendo de lo Absoluto que no conoce ni tiempo ni espacio. No se da la subsistencia autónoma, es la manifestación que se revela, que surge entrañando una extraordinaria belleza para poder ser reconocida, es un flujo constante de unas en otras, impregnándose mutuamente y gozando de un halo de transparencia.

El Trazo fluye aflojando el nudo del Uno invisible.

 

Surge la perplejidad ante la coincidentia oppsitorum observando la existencia simultánea de los contrarios. Cuando el pincel está ya en la mano y la mente abstraída el Trazo puede manifestarse produciendo obras diversas. Consentir que se manifieste en el sentido de abandonar el movimiento para que sea lo más espontáneo y esencial desde lo Absoluto, manifestándose éste en las formas infinitamente diversas de los Muchos. La abstracción sólo puede partir de lo concreto, desde la palabra concreta cuyo ser está presente, la mente se abstrae en la confianza plena de su manifestación que no participa de concreciones determinadas, ni dirigidas, aun siéndolo.

El Trazo participa de lo concreto y de lo abstracto al mismo tiempo.

 

Tener el Trazo participa de la Tradición considerada como el punto de partida de la filosofía de Ibn Arabi: Era yo un tesoro oculto y amé ser conocido. El Trazo que llega a adquirir una belleza inusitada, una transparencia exenta de masa corporal, la respiración de la propia Naturaleza, apareciendo como una serendipia, es el que ha salido de las profundidades ocultas que es decir invisibles de la Existencia, y se corresponde con ese tesoro oculto que exhala lo Absoluto cuando su potencialidad desea actualizarse en un acto de Amor. El Trazo tiene ese poder de Ser creado en sí mismo, participando, por tanto, de la Creación.

Cuando el Trazo es Arte.

 

 

No Comments

Post a Comment