Edición artística de Claros del Bosque
Leyendo Claros del Bosque de María Zambrano, la musicalidad del texto me obligaba a pararme y volver sobre lo leído, por puro deleite, por escuchar el canto de las palabras, y así el concepto que estaba en ellas depositado se me abría en imagen. Una imagen cargada de movimiento que no podía detener, como se detiene una ante una ventana para disfrutar del paisaje que enmarca. No había marco, había una huida espacial, sin gravedad, un ir en pos de la música dejando una estela, como la del caminante. Un dejar que cobrara forma al escaparse su fuerza impresa como una huella, siendo el trazo el que recogiera, al trascender su escritura, el movimiento entrañado con su lectura.
El trazo ya no pide que lo lean, como grafía que transporta un concepto. El trazo da todo de sí cuando se lo mira, cuando se recorre su andadura, cuando se entra en su camino. El trazo atrapa el sentir del concepto y entonces cobra dimensión propia. Es entonces cuando, de vuelta al texto original editado en prosa, sentía como camisa de fuerza los rigurosos márgenes, la falta de espacios en los que respirar sosegada, estirar el gusto, aplazar el pensamiento, para dormir un rato al son de lo escuchado. Versifiqué entonces el texto, quitando primero los signos de puntuación, espaciando luego frases, saltando de línea en línea. Tenía la sensación de que el agua jugaba en la orilla con las palabras, empujando unas más allá y atrayendo otras, dejándolas a su libre albedrío tomar su lugar en la página. Ésta es la edición artística que presento, versificada y pintada, de este texto que no es como lo quería María Zambrano, pero sí es la transformación surgida de la atenta lectura, a la vez que sentir profundo de lo por mí misma encontrado.
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