Huaisu (725-785) bien aventurado
Huaisu es mi debilidad, así que mi relato queda sujeto a la admiración que es, en definitiva, una sintonía, en la que la mirada que de mí sale se transforma con la energía de su trazo, en una libertad que explosiona dentro.
Es un monje harto conocido, que aprendió de los mejores para no quedarse ni consigo mismo. Durante los dos siglos precedentes al suyo se fue implantando y desarrollando lo que en Europa conocemos como Zen, apelativo japonés, que en China se denomina Chan. Esta corriente religiosa, en la que se adentra profundizando y profundizándose en sí mismo Huaisu, se basa en la contemplación como vía para la Iluminación búdica que introdujo el monje viajero Bodhidharma proveniente de la India, armonizando con toda naturalidad con el Daoísmo autóctono de China. Y si hay un concepto que se identifica con sencillez y sinceridad con dicha corriente, éste es el VACÍO.
Ese Vacío que no es ausencia, sino hacer sitio, es probablemente la clave para entender mejor la Dinastía Tang (618-907) que es la que acoge a nuestro monje en vida. La capital estaba en el norte y no es otra que la mítica Xian, en ella se acogía a todo el que llegaba a través de la Ruta de la Seda: camino por el que arribaban tantos extraños, tantos otros, tantos diferentes, que hablaban distinto, pensaban de otra forma y tenían nuevas religiones, que lo distinto era normal. En aquella época ¡qué no se podía ver en aquella ciudad! que era la más grande del mundo. Y se hacía sitio a todos, era su riqueza, hasta las mujeres lo tenían, pues la primera emperatriz la tuvo este periodo tiempo.
Una civilización plural que es considerada como la edad de oro de la poesía clásica, lo que indica que lo extraño no sólo permite, sino que hace florecer lo propio. El trazo de Huaisu es auténtica locura, de una espontaneidad tal, que a él mismo ha de costarle seguirlo. Es puro baile en el que la punta del pincel se inclina hacia “los ocho lados”, quiere decirse que rota en cualquier dirección, no aplasta el pincel contra el papel, modula con un movimiento de muñeca que aprecia el latido de su sentir interno, extendiéndose como una serpiente que se encoge y alarga, con una intuición que no se atiene a razones. Es todo lo contrario a la linealidad, en una reordenación del espacio, que asimila la respiración cuando es profunda y se expande por donde hay sitio. Hacer sitio a la respiración, sin cortarla antes de que llegue a lo más hondo: meditación dicho con otras palabras, hacer consciente el ritmo, el ritmo que ya es tan plural en las calles.
María Zambrano lamenta la “falta inicial de contacto entre la verdad de la razón y la vida”: ¿Cómo salvar la distancia, cómo lograr que vida y verdad se entiendan, dejando la vida el espacio para la verdad y entrando la verdad en la misma vida, transformándola hasta donde sea preciso sin humillación? La contemplación, sin duda permite sortear paredes, obstáculos, girar, rotar por el lado que hace sitio, que permite el paso, generando un movimiento que cuanto más cerca está de la verdad, cuanta más unión entre verdad y vida, sin estereotipos ni imágenes preconcebidas, más camino abre por el que transitar en paz y crecimiento. El trazo de Huaisu lo encontramos en esa contemplación de la unión entre verdad y vida.
María abordando la Confesión como “el sentido de una vida”: rechaza a las sombras de sus personajes, a sus sombras, conatos de ser que le hacían presente lo que ella era, un conato. Un conato que no había podido deshacerse y que ahora tenía que proseguir su vida de larva, en busca del ser, una avidez de ser; vivir sería eso, proseguir esta pasión que no deja tregua, padecer esta avidez, aceptarse no siendo y, al aceptarse, ir siendo, ir hacia el ser… ¿Cómo despejar la <autenticidad>, si cada acción nos crea o nos deforma, si aquello que hemos vivido arroja su sombra? ¿Quién mide nuestra autenticidad? Sólo alguien que nos viese haciendo, que su visión nos penetrara hasta el fondo del alma, y nos llegara desde su fondo como si naciera en ella, espontánea; precisa y clara como si nos fuera dada. Sólo si fuésemos formas naturales de una inteligencia que concibe engendrando, que se conocerá íntegra en cada una de sus imágenes distintas; sólo si fuésemos <unidos>, aun siendo tantos.
El Trazo de Huaisu le llega desde el fondo del alma, naciendo en ella, espontáneo, preciso y claro como si le fuera dado, en unión de verdad y vida que es la que trabaja y su trazo sólo recoge, cuando más unión presenta en el olvido de sí mismo. Son instantes, son Claros en el Bosque, que pincel en mano dejan el trazo que ensimisma.
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