La historia

La historia como sucesión de hechos, hechos que vamos historiando y que lo habitual es que los interpretemos como causas que provocan efectos que ordenamos en el tiempo y el espacio para entender en su globalidad la evolución en la que estamos insertos los seres humanos como protagonistas de dicha historia.
Un camino lineal parece ser, en el que de alguna forma nos obsesiona avanzar. Tiramos de lo pasado para en el presente mejorarlo de cara a un futuro que queremos regenerado respecto a lo anterior. Un “de cara al futuro” que bien podría también verse como “de espaldas al futuro” ya que no lo vemos, sin embargo lo que sí vemos es el pasado. Así que quizás deberíamos visualizarlo como un “de cara al pasado” que lo tenemos delante y vamos reculando hacia un futuro que desconocemos, que no vemos y que por tanto lo situamos a nuestra espalda. Caminamos entonces hacia atrás para avanzar, bueno no deja de ser una posibilidad, otra perspectiva del camino.
Pero lo cierto es que esa linealidad que se extendería hasta el infinito, hasta incluso más allá del horizonte, se ve interrumpida por detenciones en las que nos adentramos en la profundidad abisal de una memoria ancestral que alcanzaría a hechos concretos que nuestra razón no ve, pero que el corazón sí siente. Realidades que nos van a condicionar los pasos que demos en el camino, actuaciones, decisiones en las encrucijadas, que hasta pueden dejarnos atónitos, pues no entendemos su causa ni controlamos el efecto. Así mismo nos paramos buscando con la mirada las alturas más elevadas, como si desde ellas pudieran llegar deseos, aspiraciones que pedimos al más allá para sobreponernos a los avatares del camino.
Se trataría entonces de visualizar una cruz que escenifica el ser humano con sus brazos abiertos, queriendo abarcar la totalidad y que representa la horizontal de la misma, y en cuya vertical se sitúan los 7 chakras que simbolizan el ascenso de lo más profundo a lo más elevado en la superación constante de su vivir. El hombre inmerso en la historia desarrolla ambas direcciones, produciéndose más un rodar que un constante avanzar linealmente. Visualizarlo nos sería más fácil si adoptamos un espacio gravitatorio en el que los movimientos adquieren direcciones múltiples más fácilmente que caminando con la tierra bajo los pies. Y es que nuestro camino no es meramente físico sino que las entrañas intervienen volteando direcciones, rompiendo esquemas o doblegando voluntades de hierro.
La historia no se resuelve dejándola simplemente atrás, puede insistir en ponerse delante nuestro, y ni reculando ponemos distancia, ni avanzando deja de pisarnos los talones. En palabras de María Zambrano: lo pasado condenado -condenado a no pasar, a desvanecerse como si no hubiera existido- se convierte en un fantasma. Y los fantasmas, ya se sabe, vuelven. Sólo no vuelve lo pasado rescatado; clarificado por la conciencia; lo pasado de donde ha salido una palabra de verdad. La historia que va a dar a la verdad es la que no vuelve, la que no puede volver. Ha ascendido a los cielos, a los cielos suprahistóricos.
Si no llegamos a la verdad, nos quedamos con la máscara puesta de una historia que volverá hasta que la rescatemos, desenmascaremos, liberando más que el camino, el caminar de cada ser humano.
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