No interesa tanto el ego del artista como su movimiento.
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No interesa tanto el ego del artista como su movimiento.

Símbolo de unidad

El artista se mueve entre: el bohemio –aislado, indigente, abstraído-, el sabio –sincero, auténtico, adhesión total a su actividad- o el intelectual –contempla, piensa, da razón del mundo desde su particular observatorio-.

Actividad la del artista en acuerdo con el movimiento del universo, del que el daoísmo tiene mucho que decir. Su vertiente política, esencial para entender su funcionamiento como Estado, aún hoy vigente como sustrato de la realidad que la configura, se dio a conocer cuando en los años setenta se descubrió en las excavaciones de Mawangdui dos versiones del libro que se supone escrito por Laozi.  Una de ellas incluía cuatro capítulos del “Canon del Emperador Amarillo” en la que se define el dao o camino como ley al hacer transitar dicho camino por las instituciones que sustentan el gobierno del país. Una ley que no se aferra a su faceta terrenal desde el momento en que dicha organización queda dimensionada en función del cosmos que le da los parámetros en los que basarse. Se establece una solidaridad inquebrantable entre el orden humano y el cósmico, cualquier desviación está íntimamente relacionada, siendo el gobernante un sabio que, carente de deseo, tiene el cometido de trasladar a la sociedad la ley que se desprende del camino, su arte es el de conformarse al curso natural de las cosas. Siendo el soberano origen y garante de la ley, está identificado con el dao, necesita hacer vacío –hacer sitio- para ser transmisor, adquiriendo el control social gracias a un natural discernimiento de aquello que se adapta al orden o lo que lo transgrede. Adquirir tal capacidad exige un trabajo en el que acallar las cualidades humanas para incorporar las del cosmos, y una vez inmerso en su resonancia poder mediar entre la humanidad y la naturaleza, haciendo que el ritmo de ésta última circule en la sociedad.

Al daoísta se le ve con demasiada facilidad como un solitario anárquico que comulga más con la naturaleza que con el resto de seres humanos. Sin embargo el aspecto que más nos interesa resaltar aquí es precisamente su falta de individualismo, pues no se ve a sí mismo separado de nada y sí como parte de todo. Al individuo que camina por separado no le queda más remedio que actuar, pues nada puede moverle si no es su propio motor, mostrándose el ego como arte y parte. Pero la no-acción daoísta, es posible gracias a su inmersión en el todo, que no soporta el yo; que si la llevamos al extremo opuesto se convertiría en un dejarse llevar bobalicón sin oponer resistencia a la marcha del resto. Pero tampoco se trata de eso, porque es la tensión del arco el que mueve la flecha, arco sin flecha carece de movimiento aunque se imprima fuerza, flecha sin arco se puede mover pero sin la fuerza precisa, la tensión que conjuga la tiene el ser humano, que si la impone resta posibilidades a los instrumentos y si se la entrega los potencia extrayendo de ellos todo su caudal.

Adquirir la ley es vaciarse para dejar que lo que es sea, apartarse y dejar paso. Esa sería la actitud del artista pincel en mano, dejando que el objeto se materialice en obra de arte. Nada ni nadie está de menos en la totalidad, que en desorden o valorados fuera de sí mismo, configuran el caos; en sí mismo ni el más leve gesto pasa desapercibido en su constante regeneración, pero han de estar en orden y entonces, sólo entonces, la acción se hace innecesaria, la totalidad actúa de consuno, la armonía prevalece; así que el movimiento del cosmos nos lleva a la no actuación independiente sino cíclica, llevados como los astros que en el firmamento forman un todo sin que la luna, pongamos por caso, se independice caprichosa para darse una vuelta en la que coquetear con algún planeta. No es fácil entrar en la paradoja, en la que precisamente en su camino es libre y yéndose por libre arruina su capacidad de ser en sí misma.

El concepto de la no-acción propio del daoísmo es en el que establece su conciencia enfrentándose al confucianismo. Confucio instaura ese punto medio en el que los opuestos se tensan para avanzar, entendiendo el progreso como parte del camino, lo que nos lleva a visualizar un espacio plano en el que situar el rito comunitario en armonía. Para Laozi el punto medio se desplaza al origen de todo, creando una visión espacial que supera el plano terrenal para ascender al celestial, no a un cielo espiritual sino natural, el cielo como naturaleza, lo que hace del movimiento un constante subir y bajar cíclico que tiende hacia el origen y no hacia el progreso.

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