Shitao (1642-1707) bien aventurado
Damos el salto del mito a la realidad, un salto de 13 siglos con el que aterrizar en la Dinastía Qing (1644-1912) y será Shitao, un niño príncipe descendiente de la familia imperial de la anterior dinastía, quien nos va a dar el tono. El cambio dinástico le hizo caer de las alturas celestiales, al camino de tierra, salvándose de ser muerto gracias a un sirviente que le llevó a un monasterio, donde vivió sin nombre la espiritualidad que le rodeaba en el día a día, también material y prosaico. Nacido para ser vestido con las mejores sedas, fue el tosco hábito del monje el que le arropó prácticamente toda su vida. Desconcierto, contradicción, la inquietud de ser ignorante de su realidad, de su sentido, de la orientación que sus ascendientes, generación tras generación, le hubieran podido dar, teniendo que encontrar en la aceptación la pauta para hacer su camino, el suyo propio. Fue el budismo chan, junto a la meditación y el arte del pincel, de lo que no prescindió nunca. Con sólo 10 años los monjes lo echan al camino para no limitar su horizonte que ya intuirían, cuando menos, diferente. Siguiendo el curso del río Azul, irá dejando sus pinturas como huellas de su rastro que durante 10 años más y, de monasterio en monasterio, recorrió haciendo camino por lugares de obligada tradición artística que le fueron encauzando, hasta tomar el nombre de Daoji como monje chan él mismo. Durante otros 14 años fue errando por las grandiosas montañas de la China central, en cuyo regazo se consolidó como artista y ser humano, un regazo de crestas y desniveles, de frío e inconmensurables espacios, difíciles de entrañar si dentro de sí no se es capaz de ilimitados vacíos, soledades infinitas, identidad con el cosmos, amor a la simplicidad, sin contradicción al escalar al pico de la aceptación, espontáneo en su deambular, en armonía con la naturaleza, abierta el alma a los números de las estrellas… En definitiva ser de Verdad.
María Zambrano, reflexionando sobre la Esperanza nos dice: … el primer paso de la esperanza es aquel en que el trato con la realidad, para todo hombre cosa ineludible, asciende a ser aceptación de la realidad como tal, lo que obliga a mirarla a la luz de la verdad… nada más fácil que andar errante entre la realidad, sin reconocer cuál es la realidad verdadera, detrás de qué apariencia se esconde, cuál de entre las voces es la del verídico destino.
La esperanza, en este su primer paso, guía a la sensibilidad, la orienta hacia aquellos aspectos de la realidad que se extiende para que encuentre en ella la verdad. Y hasta los mismos sentidos se agudizan en virtud de esta búsqueda de la verdad guiada por la esperanza… La libertad no es otra cosa que la trasformación del destino fatal y ciego en cumplimiento, en realización llena de sentido. Y la esperanza es el motor agente de esta trasformación ascensional.
La dinastía Qing se proclama tras la invasión, por segunda vez, de un pueblo fronterizo del norte, en este caso el manchú, la primera vez fueron los mongoles. Así que Shitao no vive un cambio dinástico de su propio pueblo, sino el acoso y derribo de su gente por extranjeros que impondrán nuevas costumbres, como la forma de vestir y peinarse con su tradicional coleta, el intento de esclavizar hombres y usurpar tierras, que si bien se logra en cierta medida, se suavizará considerablemente en el siglo XVIII, tras la muerte de nuestro artista, llegándose a una mejor distribución de las tierras de cultivo así como una importante reducción de las contribuciones. La población crecerá ostensiblemente, creándose una centralización en torno a la capital Beijing como nunca antes se había dado. Las diferencias entre el sur y el norte empiezan a restar y lo que suma es el buen entendimiento entre la Corte y la Administración, que tanto había sufrido en la anterior dinastía. Será el neo-confucianismo el que cobre ventaja, con su carga de paternalismo hacia la figura del emperador, un orden moral que fortalece el principio de autoridad y las virtudes de la obediencia, así como la necesidad de un orden social que priorice lo exterior en detrimento de la búsqueda interior con su aspiración a la sabiduría.
Podemos colegir que Shitao fue un inadaptado al que le tocó remar contra corriente. Sin embargo, esa aspiración a que el cortesano y el letrado mejorasen su convivencia, propiciará que ya con 38 años entre en Nanjing, ciudad cultural por excelencia, conociendo por primera vez la comodidad que por cuna le hubiera estado destinada. Desde el monasterio, donde tiene su estudio, aprovecha la oportunidad de ver otras obras de arte así como la ciudad misma, que está cargada de ellas, entra además en contacto con los círculos sociales más altos y representativos, entre los cuales adquiere notoriedad. Su asistencia a las ceremonias de homenaje al emperador, que pasó de visita por la ciudad, le valieron reproches como traidor a su estirpe, poniéndose en duda el valor de su obra que debiera hacerse eco de su calidad moral; actitud que ya nos suena pues Zhao Mengfu, que vivió en la otra dinastía invasora, tuvo que pasar por las mismas recriminaciones. Aunque él seguirá su camino que ha de llevarle hasta la capital donde se empapó de tradición, admiró lo mejor de las colecciones imperiales y tomó contacto con los artistas del momento. Pero tras más de una década conviviendo con lo más selecto, encontró su sitio de nuevo a orillas del río Azul en una pequeña choza que llamará “Gran Pureza” y donde pasará los últimos 15 años de su vida, siendo de ese período sus obras más logradas, además del Tratado sobre Arte que es el más preciado de la historia: “Discurso acerca de la pintura por el monje Calabaza-amarga”. Mejor conocido como: El Trazo Único del Pincel, título del primer capítulo.
Sin duda en él recoge toda la tradición de un pensamiento que se ha debatido entre el daoísmo, el budismo y el confucianismo, sin rehuir ninguno, sino más bien aunar, abriendo, al mismo tiempo, una puerta a la modernidad en lo que al mundo del arte y el pensamiento se refiere. Dice que aprender a pintar no es otra cosa que aprender a ser, ser de verdad, claro está. Siendo obligación en cada obra, la de revelar la inagotable riqueza escondida en lo real. Son 18 capítulos contenidos, cuya lectura exige la contemplación del universo en meditación con uno mismo, es la tradición más pura junto a la verdad del camino.
Y con estos ocho hombres, bien aventurados en sus vidas, jalonados a lo largo de la historia y con el contrapunto del pensamiento de María Zambrano, he querido trazar un camino que ayude, siempre en la pluralidad de sus presencias, aunando en el alma el compás de su música, a vivir el Trazo que la poesía entrañada deposita en el movimiento del corazón, cuyo latir llega a la punta del pincel, cargado de tinta, en un dejar que el silencio tome la palabra.
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