Su Shi (1036-1101) bien aventurado
Su Shi o Su Dong Po como también es conocido, y bien conocido, por cierto, dentro de las humanidades en China. Muy presente en la política y el arte, se le vincula a la ciudad de Hangzhou, centro neurálgico del arte tradicional, y lugar en el que se refugiaba, sobre todo cuando las reformas sociales promovidas por el ministro Wang Anshi (1021-1086) adquirían protagonismo. La clase letrada no estaba muy por la labor pues se veían disminuidos sus privilegios y es que la Dinastía Song (960-1279) supone un crecimiento considerable de las ciudades con una burguesía cada vez más extendida, proliferando el comercio, que incluye el del arte. Un arte cuya perfección técnica va a ser difícilmente superable: la cerámica produce piezas irrepetibles, la pintura de la naturaleza da obras grandiosas, las palabras surgen de una poesía y una religiosidad que se aleja del budismo para retomar el Confucianismo en busca de la armonía social y el orden político, así como el Daoísmo con su organización de las cosas y el universo que es fuente de moralidad, y se pintan las palabras retomando la energía que guardan con un Trazo sin parangón. Los placeres más exquisitos, en cualquier dominio, se dan durante este período de tiempo.
Al contemplar algunas pinturas, en las que un hombre pacífico pesca desde su barca en un entorno que pudiera decirse idílico, o bien desde la cabaña en la montaña lee, pinta o contempla el paisaje, se suelen interpretar, con muy poca fortuna, por cierto, que son apacibles seres humanos que han alcanzado algo así como el nirvana y que viven en santa paz consigo mismo y el universo. Sin embargo, bien al contrario, se trata de personalidades, como pudiera serlo Su Shi, que en desacuerdo profundo con políticos que les toman la delantera, procurando para los letrados incómodos, destierros o persecuciones con los que quitárselos del camino, y tener vía libre ante emperadores o altos cargos, para llevar a cabo sus estrategias de poder, ellos, los que quieren dejar constancia de su malestar, se alejan y en comunión con la naturaleza, siembran dentro de sí la semilla de la que será su respuesta cuando las circunstancias les den paso. Shi se iba a Hangzhou, recogía todo tipo de hierbas medicinales o aromáticas en sus paseos por el monte, para cocinar sus famosos platos de cerdo o pescado que aún hoy llevan su nombre. También cultivaba la tierra o escribía, si bien algo a lo que dio vida propia, en esa perfección tan característica de la época, fue a sus pinturas de bambúes.
Él fue y volvió, desde los más altos cargos en la corte imperial, a sus creativos exilios, si bien el último le costará la vida, porque aunque el emperador Huizong lo restituirá a su lado, morirá ese mismo año. Bien aventurado por todo ello, pues en verdad apenas se les discierne. Y si es sometido a juicio, como suele serlo, apenas se hace visible, es juzgado por otra cosa. Siempre por otra cosa, ya que hay que envolverlo de alguna manera, encerrarlo; encerrarlo dentro de una cárcel de conceptos por lo menos; eso, si no se le puede encerrar en una cárcel de espesos muros, de materia densa, porque entonces el razonamiento y los juicios, aunque sean teológicos o filosóficos, ahora psicológicos, funcionan como materia material: espesor, impenetrabilidad, sordera. Que el respirar del bienaventurado, su fuego sutil impalpable, no se oiga; que su mansedumbre no trascienda. Ni el perfume, la indescriptible fragancia que se expande suavemente de ese su ser. Ni ese su modo de moverse, de avanzar sin alteración, de retroceder sin cautela; ese su movimiento libre de alteración, su consustancial quietud. Dice así María Zambrano de ellos.
Los bienaventurados están en medio del mundo como rehenes, retenidos bajo cualquier aparente causa, sufren… Mas son hombres en quienes la condición humana se especifica desde la lograda identidad. Son lo que son sin contradicción alguna.
No hay contradicción en ese pasearse en barca o retirarse a la montaña en medio del desorden social. Hay movimiento, el que les permite fluir ya sea avanzando o retrocediendo, el mismo movimiento específico del Trazo, que no es mancha ni línea, es camino de vida. No hay contradicción en el ir y venir del pincel, cuando para descender, primero asciende, y poder así caer. Su Shi es, poco importa que lo sea legislando, cocinando, pincel en mano, con ropa de cortesano o de pescador errante. Quien está cerca de ellos, lo sabe, no los confunde con un ser concreto y específico, se los siente como el agua que se escapa entre los dedos cuando se la quiere coger, que se desplaza sin problema cuando un ser entra en ella, volviendo a su ser cuando se va, entra por cualquier resquicio alterando con su paso cualquier espacio, mas no a simple vista, sólo en el tiempo se percibe su hacer constante. Su trazo es huella, no de su ser, sino del vacío que desplaza, del camino que abre. Ese Trazo buscamos, el que no entra en contradicción en la simplicidad del torbellino que la vida es.
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