El Trazo se despliega haciendo de la palabra vehículo en el que transitar. Es dinamismo transformante al dejar hacer, sumidos en la meditación de los versos sueltos, que son comunión con lo Otro. La contemplación silenciosa deja hacer al trazo, y pide seguirlo con una mirada detenida, haciendo caso omiso a la mente, absorta en sí misma, dejándola transitar por los sentimientos, en camino de ida y vuelta, sin finalidad ni causa aparente.
Por el placer de la experiencia cargada de vida, sin juicios, calificativos o posesivos. En la tensión de la dualidad que paradójicamente se desvanece al dejarla ser. Acompañando el esparcirse y encogerse del trazo seducido por la poesía, unificándose en el corazón con esa mirada lenta, caída en desuso, sin voluntad, mirada perdida que se encuentra con la memoria, que desvela, acaricia, depositando en las entrañas la inactividad serena, que desata liberando la entrada a la esencia propia del trazo unitivo, conformante.