Wang Xizhi (303-379) bien aventurado
Y seguimos hacia atrás, hasta ese siglo IV en el que vivió Wang Xizhi, su maestro se remonta al siglo II, de cuya obra hizo innumerables copias. Es la suya una saga de hasta 11 generaciones de letrados que dedicaron sus vidas a la Administración y a la maestría del pincel en la caligrafía, entre literatura y poesía, orden social del norte del país y el sur: entre la popular y guerrera, casi analfabeta y la aristócrata, refinada, con sus cenáculos y eremitas. Pero es él, el que sobresale entre todos, quedando como un mito en lo que al trazo se refiere. Sus obras fueron desapareciendo con el tiempo, pero antes habían llegado a manos expertas, sensibilidades rendidas, admiradores incondicionales y hasta las de algún emperador que quiso enterrarse con ellas.
Como todo mito tiene su relato y éste se desarrolla en el Pabellón de las Orquídeas, por el que pasaba un riachuelo, a cuyas orillas se sentaban compañeros letrados recitando sus últimas poesías, vivencias, pensamientos… animados por las copas de vino que los sirvientes dejaban deslizar en grandes hojas con la corriente, y que ellos iban cogiendo según el curso del agua las ponía a su alcance, ayudando a las palabras a irse soltando, en una monotonía que deja al tiempo ausente, aunque algo debió salirse de ella confiriendo el gusto de lo que hace historia y por tanto se hace hueco en el tiempo. Nada más hubiera trascendido si no fuera porque al final de la reunión Wang Xizhi quiso dejar constancia de su estado de ánimo, lo que le llevó a coger el pincel y dejar que sencillas palabras dieran cuenta de lo sucedido, tras lo cual se fue a dormir. Sería al día siguiente, mirando su escrito, cuando pudo observar que su trazo fluía sin trabas ni detenciones, no estaba supeditado a reglas aprendidas, a composiciones establecidas, se lo veía libre, desenvuelto, ágil, sin pensamientos que lo anegaran, sin controles que lo torcieran, sin intencionalidades, sin voluntad consciente, no entraba en la monotonía de lo estudiado, tenía ese sentir de una respiración profunda que lo invade todo en la plenitud de una vivencia sin par, una identidad de lo plural que concurre en la realidad.
Para llegar ahí es necesaria una cierta pasividad en la aceptación, se trata de estar disponible con el pincel en la mano. Pasividad para recoger, para que sea el pincel el que recoja, sin interferencias de egos o cánones determinados, lo que llega como si fuera dictado, revelado. Todo está presente: reglas, ideas, ordenaciones, técnica, pero para ser trascendido. Sabe uno volar con el pincel, pero sólo para poder estar en la corriente del aire. Y en el vuelo de su trazo encontró una tachadura, esa obra que contiene el trazo del pincel más celebrado de toda la historia, de la que sólo existen copias, la obra más valorada, buscada y deseada para cualquier coleccionista, acogió en su seno una tachadura según el pincel iba suelto y libre. No se arrepiente, no tira la hoja para empezar de nuevo, continua en la aceptación, pasivo ante lo que llega porque es parte y arte de la vida, en ese pasar por todo, en ese sacrificarse a sí mismo, recibe con soltura lo que no es porque también es. Y no pasa a ser regla ni sugerencia para otras composiciones: sería impostura y además deliberada.
Dice María Zambrano que: Sin duda, la pregunta abre una pausa, una suspensión en el tiempo que comporta un ensanche del espacio: crea un cierto vacío… Pues el vacío en el tiempo es ese átomo que permite que el tiempo corra propiamente y no sea un correr continuo análogo a la inmovilidad. Los instantes de vacío en la conciencia son los que permiten que la conciencia resurja agudizada y los que más hondamente, más en lo profundo del ser, apagan el tumulto, sedimentan. Más aún, el vacío es una extinción, una muerte. Una muerte indispensable para el trascurrir de la vida, para el logro de su trascender: la muerte preparatoria. Si el hombre encontrara el medio de inmortalizarse en esta tierra, en esta vida, se agarraría desesperadamente a este instante de vacío que le pasa desapercibido y caería en él.
Ese instante de vacío es el que encontró Wang Xizhi cuando pincel en mano y el cuerpo permeable a la corriente del universo dejó que llegara en el trazo su obra inmortal.
Dice además María que la belleza hace al vacío -lo crea-… Y en el umbral mismo del vacío que crea la belleza, el ser terrestre, corporal y existente, se rinde; rinde su pretensión de ser por separado y aún la de ser él, él mismo; entrega sus sentidos, que se hacen unos con el alma. Un suceso al que se le ha llamado contemplación y olvido de todo cuidado.
En la Dinastía Jin (265-420), la que conoció nuestro artista, la “Escuela del Dao de las Cinco fanegas de arroz o del Maestro Celeste” tuvo una influencia social importante. Estrictamente jerarquizada contaba con un ritual religioso que daba esencial importancia a la curación de enfermedades, que se consideraban consecuencia de malas acciones, y eran de especial trascendencia las confesiones públicas declaradas a los Tres Señores: el del Cielo, el de la Tierra y el del Agua. Ya en el siglo III este peculiar daoísmo religioso tuvo una gran difusión entre los campesinos, siendo el motor de no pocas sublevaciones. Dos siglos más tarde era ya la religión oficial del Imperio, sin menoscabo de ciertas ideas confucianas, que a lo largo de la historia nunca dejaron de estar presentes con mayor o menor hondura. A tener en cuenta es la oficialización del budismo en el siglo IV, con lo cual la pluralidad religiosa es ya manifiesta.
Pero el mundo aristocrático de los letrados, que prefiere instalarse en el sur, opta por el inconformismo tanto religioso como político, atraído por lo espontáneo, el amor a la naturaleza, la búsqueda de independencia y libertad de espíritu, además de su necesidad del arte por el arte. Aparece en este período la Pintura de la Naturaleza basada en su observación a través de las lentes del daoísmo, razón por la cual la denominan con una de las grandes dualidades –tan caras a dicha corriente de pensamiento- y que en ella prevalece: montaña-agua. Y va a ser el Trazo el nexo de unión en cualquier expresión artística que se precie.
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