Yin, Yang, Dao o la Danza al Ritmo del Universo.

Yin Yang Dao o ese pensamiento que nos llega de China y al que no dejamos de dar lecturas que ajustamos a nuestra conveniencia según necesitamos esta u otra forma de sentir. No es cuestión de elegir sino más bien de dejarlas fluir, el Dao puede verse como la vía o camino en el que tanto lo Yin como lo Yang van tomando presencia según la realidad necesita complementarse, de forma que no es lo uno ni lo otro sino ambos en una Danza al Ritmo del Universo.
(Presentación a Los Bienaventurados de María Zambrano en el tomo IV de sus OOCC)
No contemplamos un Ser estático, la realidad no lo es, todo ser lleva intrínseco el movimiento. Si bien, dicho movimiento, dicho flujo, parte de un punto inmóvil que lo posibilita. Y en el camino hacia ese punto inmóvil no se trata de buscar el fondo, sino el centro, ese centro que resulta ser un doble centro: el aparente y el recóndito. En su dualidad, requiere de la visión de ese centro desde su lugar recóndito, ya como el centro inspirador, el que arde e inspira al propio punto inmóvil movilizador.
Hay entonces 2 vías: la positiva y la negativa. Dos vías o dos caminos que María Zambrano transita, despejando cada uno para mejor profundizar en cada cual. Su Razón Poética es el cruce de estas dos vías. Y el hombre en su dualidad, manifiesta ese centro, bien como poeta en lo visible –vía positiva- o como bienaventurado en lo invisible –vía negativa-.
El poeta en la vía positiva: crítica de la razón discursiva, incluye la mística y el rescate de un saber y conocer sumergidos. El bienaventurado es el hombre escondido, ilimitado, solamente asequible por en la vía negativa: es él mismo el logos sumergido, el centro recóndito inspirador que arde e inspira, el eje tan invisible como invulnerable del ser humano.
La vía positiva del centro aparente y de la crítica filosófica a la razón discursiva se queda en el umbral, es propedéutica para el verdadero descenso al centro recóndito que es el que realiza la vía negativa, que es la propia para ese centro invisible.
Pero a la hora de transmitir, de dar a conocer: es una grave cuestión que afecta inexorablemente a todo intento histórico de llevar a lenguaje las experiencias místicas, es decir, las más abismáticas y radicales de la condición humana. Intentos que se saldan con el más radical fracaso o, en contadas excepciones, reinventan, recrean y elevan el lenguaje a cotas inusitadas… Con esto se mide el intento zambraniano de mediar filosóficamente con tragedia y mística. Pues si la “vía positiva” mira hacia tragedia y mística y rescata cuanto puede un saber y conocer sumergido, y dirige el lenguaje hacia la atención a la experiencia más amplia, él mismo no es el lenguaje de esa experiencia, de ese centro recóndito al que sólo alude y roza, pero no es la palabra escondida del centro recóndito.
(El Logos Oscuro de Jesús Moreno Sanz, tomo IV)
Leyendo Claros del Bosque, que se sitúa en la “vía positiva”, y que si bien está escrito en prosa ¡hay tanta poesía sobrevolando! que se hace difícil acompasar la respiración, quiere una detenerse en ciertas frases, volver y volver sobre ellas, degustarlas, escucharlas como un canto ininterrumpido, sin ser consciente se las lleva a algunas hasta las estrellas, como si fueran ellas las que las derramaran sobre esas páginas, otras se las asimila a los pájaros del árbol cercano que les prestan sus melodías, y así te llevan a poner la mente en Danza, a danzar con ellas al ritmo del universo, en su flujo ininterrumpido.
Quizás por eso me fue imprescindible poetizar el texto: prescindir de márgenes lineales que encorseten las palabras, versificar armonías, agrandar ciertas frases como quien agranda los ojos ante una belleza inusitada, parar machaconamente ante sonidos que no pueden sino salir directamente del alma… Pero sobre todo me fue imprescindible coger el pincel y pintarlas, haciendo del trazo danza por si pudiera escucharla, música por si pudiera sentirla, camino que te abra uno a uno los chacras por si pudiera seguirlo hasta morir en calma.
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