Zhao Mengfu (1254 – 1322) bien aventurado.
Elegantes rocas y árboles separados
Zhao Mengfu es un artista solitario que pertenece a la Dinastía Yuan (1277-1368) de China. No es una dinastía larga en el tiempo y supone la invasión de un pueblo, considerado bárbaro, del norte de China: los mongoles, pueblo nómada del Asia interior. Teniendo en cuenta que las dos dinastías anteriores y las dos posteriores vienen a durar en torno a los 3 siglos, ésta en concreto que no llega al siglo, supone sin duda un período de transición y cambios importantes que, en lo cultural tiene una influencia definitiva. Teniendo en cuenta que invaden un país cuya cultura, que ostenta un reducido grupo de privilegiados, ha llegado a cotas de excelencia, y que los invasores son en general iletrados, el contraste que se produce es tan radical que echa por tierra esos picos de grandeza cultural, tan alejados de la masa del pueblo, y que para los conquistadores son del todo inaccesibles, además de provocar una desconfianza profunda, buscando hacer de la sociedad una llanura, similar a las estepas de donde vienen. Símbolo de ese cambio es la instauración de la nueva capital china en la actual Beijing, dejan atrás los picos montañosos y los lagos del sur con las hasta entonces capitales, para crear una nueva en las llanuras del norte.
Zhao es un hombre formado en la anterior dinastía y descendiente del fundador, por lo tanto pertenece a uno de esos picos culturales. Estudió a todos los grandes maestros precedentes, incluyendo en su trabajo novedades de su propia cosecha. Le interesaba mucho la estructura de los caracteres que pintaba, pero sobre todo el trabajo con el pincel, llega a decir que la estructura puede cambia pero la habilidad con el pincel permanece. Fue un gran innovador en la pintura de paisaje, abandona la monumentalidad para plasmar la sencillez de un lugar en la escala de lo humano. Se agacha para ver un detalle que adquiere enormes dimensiones al mirarlo con los ojos vueltos hacia el interior, tanto de uno mismo como del objeto representado, buscando el alma y menos la forma. Naturaleza, palabra y poesía se conjugan en su obra en esa Triple Perfección que ya venía cultivándose en los grupúsculos más elevados de la cultura del país. Casado con una gran artista también, Guan Daosheng, no abandonó nunca su calidad humana, pero fue sin embargo muy criticado por aceptar cargos importantes en la administración de la nueva dinastía, se le llegó a considerar un traidor al considerarse su conducta deshonrosa, tuvo que vivir con esa contradicción.
La crítica a su posicionamiento social le ha valido incluso un menosprecio hacia su obra, pues se ha llegado a considerar en algunos círculos, que el Trazo absorbe la calidad humana y que quien ha sido un traidor no puede con una obra excelente. Es este un posicionamiento que desde Europa cuesta digerir, pues el artista, sobre todo durante el siglo pasado, ha sido más considerado cuanta mayor trasgresión social era capaz de incorporar a su trabajo. Hacer que la calidad humana y la excelencia artística vayan de la mano, abre cuando menos un debate que incluiría juicios y calificativos que directamente omito. El interés lo pongo en la vuelta a esos picos culturales que se dan en cualquier sociedad con personalidades que van incluso más allá de lo humano.
María Zambrano nos habla de los Bienaventurados: siendo los seres perfectamente dichosos, solamente en la hondura de la desdicha se hacen presentes, se aparecen… Sólo se logra la plenitud del ser bajo una total carencia o una continua sed; un sufrimiento inacabable puede ofrecer vida y verdad, única posible vía de rescate.
Seres de silencio, sufrientes todos, pasivos pero no herméticos. Blandamente están ahí, tan inmediatos y remotos al par. Para acercarse a ellos hay que participar en algo de la simplicidad que es su condición, de la simplicidad que los ha tomado para sí.
Simplicidad: es esa una característica esencial del Tazo que se precia, que se aprecia. ¿Debe, entonces, experimentar el ser humano la contradicción, la desdicha, la carencia, el sufrimiento? ¿Sólo su huella, su latir presente, pueden dar al ser la dimensión cósmica para entrar en lo simple? ¿La huida hacia un mundo de fantasía donde la apariencia nos promete erradicar todo ello, considerado negativo, nos conduce a la tan ansiada felicidad o por el contrario al ser mutilado, incapaz de completarse y elevarse por encima de la estepa hacia lo más alto de la montaña?
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